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Orígenes de la prosa ‘feminista’ latinoamericana: Conferencias sobre escritura de mujeres del siglo XIX

 

En Latinoamérica los diarios de vida o las revistas de mujeres durante el siglo XIX no fueron sólo espacio de ocio o del romanticismo amoroso. Estudiosas de América del Sur han redescubierto cómo la escritura de la mujer fue capaz de subvertir una norma patriarcal que la oprimía y cómo la mujer ‘modernista’ comienza a participar de la esfera pública. Esto en el marco de la octava versión de las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, que actualmente se desarrollan en Santiago de Chile.

Por Cristian Cabello (estudiante de Periodismo, ICEI, U. de Chile)

La revista La Guirnalda fue una publicación venezolana dirigida a la elite femenina de 1840. Además de promover costumbres propias de una burguesía Europea, los editores de esta publicación se encargaban de dar lecciones de moral a sus lectoras. Sin contar con ese andamiaje teórico-crítico “era casi imposible para la lectora de La Guirnalda descubrir cómo toda esa gramática y sintaxis masculina estaba enfocada en mantener el orden de dominación que construía de manera manipulada una imagen de la mujer patricia conveniente para salvaguardar el status quo del hombre”, explicó la conferencista Luz Marina Cruz de la Universidad Simón Bolívar de Venezuela.

Sin embargo, esta letanía de la mujer poco a poco comienza a cambiar. Durante el siglo XIX los diarios de vida dan cuenta de una nueva concepción de lo femenino. Esto se plasma en los diarios de viajes de María Graham. Escrito en 1822 y bajo el título Diario de mi residencia en Chile esta británica narra los ocho meses que vivió en Chile, luego que su marido muriera repentinamente en el Cabo de Hornos. Según investigó Constanza Vergara, académica de la Universidad Alberto Hurtado de Chile, “La viuda inglesa”, como le llamaba la gente en la calle, además de considerar que las mujeres chilenas tenían el cuello más ancho de lo normal, aprovecha de relacionarse con los políticos de la época como Bernardo OʼHiggins y Lord Thomas Cochrane; además realiza críticas a la actitud religiosa de la época, ya que afirma estar en contra del fanatismo que crean estos espacios.

Desde el mismo estilo pero más consolidada, Soledad Acosta de Samper fue presentada por la académica argentina Susana Zanetti como “una de las escritoras colombianas más importantes de finales del siglo XIX”. Esta escritora logra una gran relevancia y llega a obtener el segundo premio del concurso para exaltar la memoria del Mariscal Sucre, organizado por la Academia Nacional de la Historia en 1890. Esto en un contexto donde sólo los hombres lograban relevancia narrativa.
El motor del diario de vida es el amor. Soledad Acosta se entrega a la escritura de su diario, en esta obra realiza criticas a la cotidianidad y la monotonía de la vida de las mujeres de su época. Crea a partir de los atardeceres en la plaza y de a poco se moldea para intervenir en la agenda política siempre como mujer. Sus narraciones son observaciones de los conflictos sociales; por ejemplo, se ubica en el contexto de 1854 en medio de la guerra civil que acaecía en Colombia. La escritora también no deja de criticar el ‘bovarismo romántico’ que poseían otras mujeres escritoras de su época.

Por otra parte Soledad Acosta se dedicó a la prensa. La labor periodística de la mujer se profesionalizó durante el siglo analizado, cuestión que pocos notaron en la época. Así también lo observó Mirla Alcibíades, académica de la Casa de las Letras Andrés Bello de Venezuela, quien estudió a ‘las periodistas venezolanas de la modernización’ entre 1872 y 1910, año en que ingresa a estudiar la primera mujer a la Universidad Autónoma de Venezuela. En su estudio destaca Rosalina González que en 1891 edita el único número de la revista Un problema, donde la mujer articula un discurso de su derecho a la racionalidad, “un acto feminista por donde se le mire”, afirmó la académica venezolana.

Una de las relecturas más sorprendentes en relación a la escritura de mujeres en la Latinoamérica del siglo XIX fue la realizada por la neozelandesa Nicola Gilmour. Basándose en textos de la limeña Mercedes Cabello de Carbonera de 1882 se presenta lo que la especialista define como “travestismo literario”. Esto porque en la obra de la autora Autobiografía de un hombre público Cabello de Carbonera criticó y desafió el papel que su época asignado a las mujeres, un papel basado en la absoluta diferencia sexual que relegaba a la mujer a la esfera doméstica. En su última novela El Conspirador, una “narrativa travestida”, emplea una perspectiva masculina para pronunciarse sobre cuestiones tradicionalmente consideradas masculinas y para tomar la palabra en la esfera pública. Es así como se consolida una de las figuras más críticas y útiles para el feminismo latinoamericano en el siglo XIX.

 

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